jueves, noviembre 17, 2016

ADELA MELENALIBRE

"MELENALIBRE" es un relato de la antología narrativa de libro Bajo sueños de volcán editado en Rumanía en español,  francés y rumano 

MELENALIBRE
El cabello de Adelita le llegaba casi a acariciar sus pies, más concretamente le cosquilleaba a la altura de sus huesudos tobillos. Algunas veces, muy pocas, lo llevaba recogido. La mayoría de las ocasiones lo mostraba libre, a su aire. Pudiera parecerse en movimiento, cuando por prisas se echaba a correr, a un equino con la cola en plena carrera agitada por el viento. <>.

¿No… te… molesta? – expresó con dificultad un muchacho que se le acercó.

¡Qué va! –Le contestó la muchacha.

¿Te costará… mucho… cuidarlo?

No, eso creen algunos, pero están muy equivocados.

¿No se… te enreda al caminar? –Preguntó con algo menos dificultad.

¡Estoy acostumbrada y tengo mis truquillos! – dijo Adela, mientras se le escapaba un guiño.

Esas fueron las primeras palabras que se cruzaron Pedro Palmeral el << Alucinado>> y Adela Tatautey, <>. Esto hecho, no crean que resulta intranscendente. Sucedió después de varios meses en que Pedro la seguía medio a escondidas entre las estanterías del supermercado de Juanito Rodríguez.

La cabellera de Adela era de un color azafranado, al menos con ese vocablo la conocían los abuelos. Hoy le llamaríamos, lo más normal, pelirroja. Tenía un tono un tanto intenso y con los reflejos solares semejaba una llamarada. Sus ojos eran pequeñitos, dos puntitos, quizás apenas dos minúsculos botoncitos, pero resultaban ser nítidamente rojos. En la penumbra destacaban como los de un gato cuando lo encierran en una habitación a oscuras. Todo esto les puede parecer raro, pero resultaba ser así, como se lo contamos. Es verdad que era un poco rarita, o quizás un mucho, no podemos negarlo.

Bueno, de su cuerpo hemos de decirles que era más bien delgado. Su piel, salpicada de lunares, parecía un vestido más cuando se miraba semidesnuda al espejo, no sin un cierto rechazo. Como es lógico, ante los demás, se le notaban algo más las pecas cuando era verano y vestía con ropa más ligera. Los huesos daban la impresión que se te iban a clavar en la vista. ¡Era un auténtico palillo! ¡Pero qué palillo! Al menos eso podemos deducir al ver cómo trataba casi de engullirla con la vista el <>. Ella miraba y se movía de una forma diferente, algo difícil de explicar. << ¡Cómo agita su pelo y su cuerpo! ¡Es una semidiosa!>> –pensaba para sí el un tanto atontado, casi hipnotizado admirador.

Adela vivía ajena a estas consideraciones, ni por lo más remoto se le pasaban por la cabeza. Los demás chicos parecía que la encontraban algo repulsiva y engreída. Al menos era lo que se desprendía de las expresiones que emitían pretendiendo ser insultantes:

¡Adiós, bichito raro!

¡Hasta luego, palillito!

¡Hay va una melena caminando!

¡De qué planeta bajaste, chica!

Ella callaba y trataba de mostrarse indiferente. Todo esto, a pesar de ser una persona más bien alegre, en ocasiones la entristecía. El desprecio que recibía de sus semejantes le hacía sentirse algunas veces parecida a un marciano. En otros momentos más lúcidos pensaba: <>. Reconocía que era algo diferente, nada más. A estos pensamientos le seguían otros algo más angustiosos. Incluso, en algunas ocasiones en lo que lo veía todo un tanto oscuro, llegaba a plantearse cortarse para siempre su hermosa melena, quedarse con la cabeza rapada y no volver nunca más salir a la calle.

Pedro, en cambio, casi todos los días iba al súper a intentar verla. No les hemos contado amigos, que El Alucinado era más bien normalito, de una talla media y tirando más bien a delgado sin serlo del todo. Su pelo lo tenía más bien negro y la cara un tanto redonda. Solamente su aspecto un tanto hechizado, embebido, le granjeó el apodo con el que lo conocemos. Ah, para espiar a Melenalibre se escondía tras las estanterías para procurar robarle algún perfil novedoso. También para tratar de desentrañar el misterio de sus movimientos que tanto le intrigaban y a la vez le sorprendían. Algunas veces su <> movía a la vez su pelo y su cuerpo de una forma perezosamente lenta y trasmitía una especie de sensualidad indolente. Si se fijaba bien era un tipo de danza que sólo él, Pedrito, el <>, podía percibir con cierto detalle. Sin embargo, le resultaba costoso trasmitirlo a otros, como ya les hemos contado. ¡Tan enamoradito, jajá, estaba el pobre don Juan! CONTINÚA

FÉLIX MARTÍN ARENCIBIA

No hay comentarios:

Publicar un comentario