Como les decía en el anterior texto basado en un relato del libro "Raíces de volcán dormido" que resulta difícil ser diferente en esta sociedad a la que se quiere uniformar. Se busca el pensamiento único, la uninimidad, los modelos o patrones en los que se tiene que encuadrar cada persona bombardeado por los medios de comunicación. El que se sale de esos patrones lo tiene complicado...
Andamana cambió una mañana (2)
Mi infancia fue más una historia triste que la de una niña que merecía un poquito de felicidad. En los recreos vivía arrinconada en una esquina del patio, muchas veces sola con lo mío. Algunas, acompañada por la gordita de turno, Felicidad Delgado, que también a veces se escondía de los demás en el mismo rincón que yo. Unas ocasiones me hablaba. Otras, me ignoraba como si no existiera o me insultaba:
¡Hazte para allá, bicho raro!
A mí todo esto como puedes suponer me hundía la moral hasta el fondo más oscuro de la mar fea. Lo mío era peor que la gordura infinita de Felicidad. ¡Gracias a mamá a la que contaba mis tristezas y que me servía de paño de lágrimas! ¡Qué suerte he tenido con ella! Hemos llorado y sufrido abrazadas. Hemos compartido insomnios cuando los dolores me taladraban. No es un tópico eso de que no hay nada mejor que una madre.
Mi adolescencia como bien te puedes imaginar fue aún un poquito más dura. Me cambiaba el cuerpo, que yo percibía cada vez más horrible. Mis tetas crecían y crecían. Mi culo engordaba sin medida. Un bosque de pelos cubría algo más que mis partes más íntimas. Mientras, a mí me atraía cada más esos adolescentes machitos a los que les crecía el bello en la cara y les cambiaba la voz. ¡Cómo me excitaban! ¡Qué sueños más eróticos! Practicaba obligatoriamente la autonomía sexual. Tocaba con maestría los puntos más sensibles de mi cuerpo deformado. Esta costumbre se convirtió en mi más agradable consuelo y desahogo en los momentos más oscuros. Los muchachitos ya empezaban a mirarme extrañamente. A veces los sorprendía extasiados mirando mi culo rechoncho, al que yo detestaba, o mis abundantes pechos. No pasaban de ahí pues lo mío les impedía acercarse, ¡les daba asco!... Pertenecían a otro planeta al que yo no tenía acceso. Vivía desterrada en el pequeño asteroide de lo mío, rumiando mi soledad y mi dolor...
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