"MELENALIBRE" es un relato de la antología narrativa de libro Bajo sueños de volcán editado en Rumanía en español, francés y rumano
MELENALIBRE
MELENALIBRE
El
cabello de Adelita le llegaba casi a acariciar sus pies, más
concretamente le cosquilleaba a la altura de sus huesudos tobillos.
Algunas veces, muy pocas, lo llevaba recogido. La mayoría de las
ocasiones lo mostraba libre, a su aire. Pudiera parecerse en
movimiento, cuando por prisas se echaba a correr, a un equino con la
cola en plena carrera agitada por el viento. <>.
–¿No…
te… molesta? – expresó con dificultad un muchacho que se le
acercó.
–¡Qué
va! –Le contestó la muchacha.
–¿Te
costará… mucho… cuidarlo?
–No,
eso creen algunos, pero están muy equivocados.
–¿No
se… te enreda al caminar? –Preguntó con algo menos dificultad.
–¡Estoy
acostumbrada y tengo mis truquillos! – dijo Adela, mientras se le
escapaba un guiño.
Esas
fueron las primeras palabras que se cruzaron Pedro Palmeral el <<
Alucinado>> y Adela Tatautey, <>.
Esto hecho, no crean que resulta intranscendente. Sucedió después
de varios meses en que Pedro la seguía medio a escondidas entre las
estanterías del supermercado de Juanito Rodríguez.
La
cabellera de Adela era de un color azafranado, al menos con ese
vocablo la conocían los abuelos. Hoy le llamaríamos, lo más
normal, pelirroja. Tenía un tono un tanto intenso y con los reflejos
solares semejaba una llamarada. Sus ojos eran pequeñitos, dos
puntitos, quizás apenas dos minúsculos botoncitos, pero resultaban
ser nítidamente rojos. En la penumbra destacaban como los de un gato
cuando lo encierran en una habitación a oscuras. Todo esto les puede
parecer raro, pero resultaba ser así, como se lo contamos. Es verdad
que era un poco rarita, o quizás un mucho, no podemos negarlo.
Bueno,
de su cuerpo hemos de decirles que era más bien delgado. Su piel,
salpicada de lunares, parecía un vestido más cuando se miraba
semidesnuda al espejo, no sin un cierto rechazo. Como es lógico,
ante los demás, se le notaban algo más las pecas cuando era verano
y vestía con ropa más ligera. Los huesos daban la impresión que
se te iban a clavar en la vista. ¡Era un auténtico palillo! ¡Pero
qué palillo! Al menos eso podemos deducir al ver cómo trataba casi
de engullirla con la vista el <>. Ella miraba
y se movía de una forma diferente, algo difícil de explicar. <<
¡Cómo agita su pelo y su cuerpo! ¡Es una semidiosa!>>
–pensaba para sí el un tanto atontado, casi hipnotizado admirador.
Adela
vivía ajena a estas consideraciones, ni por lo más remoto se le
pasaban por la cabeza. Los demás chicos parecía que la encontraban
algo repulsiva y engreída. Al menos era lo que se desprendía de las
expresiones que emitían pretendiendo ser insultantes:
–¡Adiós,
bichito raro!
–¡Hasta
luego, palillito!
–¡Hay
va una melena caminando!
–¡De
qué planeta bajaste, chica!
Ella
callaba y trataba de mostrarse indiferente. Todo esto, a pesar de ser
una persona más bien alegre, en ocasiones la entristecía. El
desprecio que recibía de sus semejantes le hacía sentirse algunas
veces parecida a un marciano. En otros momentos más lúcidos
pensaba: <>. Reconocía que era algo diferente, nada más. A
estos pensamientos le seguían otros algo más angustiosos. Incluso,
en algunas ocasiones en lo que lo veía todo un tanto oscuro, llegaba
a plantearse cortarse para siempre su hermosa melena, quedarse con la
cabeza rapada y no volver nunca más salir a la calle.
Pedro,
en cambio, casi todos los días iba al súper a intentar verla. No
les hemos contado amigos, que El Alucinado era más bien normalito,
de una talla media y tirando más bien a delgado sin serlo del todo.
Su pelo lo tenía más bien negro y la cara un tanto redonda.
Solamente su aspecto un tanto hechizado, embebido, le granjeó el
apodo con el que lo conocemos. Ah, para espiar a Melenalibre
se
escondía tras las estanterías para procurar robarle algún perfil
novedoso. También para tratar de desentrañar el misterio de sus
movimientos que tanto le intrigaban y a la vez le sorprendían.
Algunas veces su <> movía a la vez su pelo y
su cuerpo de una forma perezosamente lenta y trasmitía una especie
de sensualidad indolente. Si se fijaba bien era un tipo de danza que
sólo él, Pedrito, el <>, podía percibir con
cierto detalle. Sin embargo, le resultaba costoso trasmitirlo a
otros, como ya les hemos contado. ¡Tan enamoradito, jajá, estaba el
pobre don Juan! CONTINÚA
FÉLIX MARTÍN ARENCIBIA