EL VIEJITO DEL PERIDIÓDICO (I)
Adolfito Déniz, el Verruga, llega al bar La Cuevita.
Busca con ansiedad su periódico favorito. No lo encuentra. Vuelve a mirar. ¡Ah,
en aquel
rincón lo tienen!, se dice.
–¡Por favor, joven!, ¿le importaría cederme la
prensa cuando lo lea? –pregunta con su vocabulario refinado por las lecturas
diarias del periódico local.
–¡Por supuesto, espere un momentito que estoy
terminando de leer los deportes!
Pasó un rato corto, que a Adolfito, en su desespero,
le pareció un tanto largo.
–Tome, le dijo el muchacho.
–¡Gracias!, contestó aliviado el anciano.
Adolfito Déniz tenía alrededor de ochenta años,
siempre iba erguido y destacando su prominente barriga. En su cara sobresalía su
tono algo colorado, sí, colorado como decían los abuelos. Algunas malas lenguas
apuntaban que era de tanto ron que bebía. ¡Allá él con su vida!, pensaban
algunos. Su pelo era blanco, rizado y
abundante. Llamaba también la atención su nariz, parecía una especie de
albóndiga con verrugas o algo parecido a un aborto de papa con bultos. Sus ojos
eran más bien pequeños con pestañas blancas y unas cejas bien gruesas como si
estuvieran marcadas con trozo de leña de brasero. La verdad es que su cara no
resultaba atractiva para un busto callejero, o quizás sí, precisamente por ser un
tanto peculiar.
Adolfito, el Verruga, leyó el periódico con
fruición, con un regusto poco común en una persona de su edad. Lo paladeó de la
primera a la última letra, sin que se le quedase ninguna atrás. Lo fue leyendo casi
al ritmo de los tragos del vaso de ron que le hacía de único acompañante. Se
cree al pie de la letra todo lo que dice el diario. Lo vive todo con mucha
intensidad y va reflejando en su rostro: la alegría, la risa de los chistes, el
horror de las guerras, la tensión de los deportes, y la tristeza algo cotilla
de los sucesos... A veces se le cae alguna lágrima por no se sabe qué suceso.
Para él no existe otro mundo que el que aparece en el papel.
CONTINUARÁ
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