EL HOMBRE QUE SABÍA VOLAR (2)
Una
vez más, y ya he perdido la cuenta, renace otro día gozoso
inundado de luz, azules, los verdes de nuestras plantas y el color de
la hierba que se ha ido secando. Este último indica indica que el
verano ya está a la vuelta de la esquina y nos espera con los brazos
abiertos. Igual más adelante nos dará un abrazo de asfixiante de
oso con una calima y una ola de calor, este año se han producido
unas cuantas. Por ahora, una suave brisa acicala las melenas de las
palmeras que se muestran un tanto engreídas. Quizás, también algo
picaronas, para conquistar a algún otro vecino arbóreo como puede
ser un pino, una araucaria… La vida en la naturaleza es algo más
complicada que lo que parece, amigas y amigos.
Me
encuentro un tanto pletórico y un cierto cosquilleo en el estómago
me anima a realizar un vuelo un poco más largo que los anteriores.
Saco mis alas plegables, las sacudo para quitarles algo de polvo o
humedad que se les haya adherido y remonto al golpito el vuelo. Cojo
la máxima altura y contemplo la isla, una vez más con su hermoso
traje resplandeciente. Por momentos sus reflejos me obligan a cerrar
los ojos, pero por décimas de segundo, luego sigo disfrutándola.
Más allá, a lo lejos, el sol está asomando su cara un tanto
sonriente y parece guiñar un ojo con algo de picardía. Cualquiera
sabe la razón del simpático gesto. Puede incluso que sea invención
mía, una especie de celaje. Mi dirijo hacia él atraído como por un
imán, sí, de esos que salen de mi imaginación con algo de
herrumbre y todo. Me dejo llevar por las corrientes de aire. Ahora me
produce algo más de placer. Mi vuelo se hace cada vez más rápido.
Ya estoy en pleno Atlántico, el océano misterioso que albergó
parte de la mítica Atlántida. Unas toninas saltan bajo mi silueta,
parece que intentan agredirme, pero casi estoy seguro que solamente
se trata de un juego.
Allá, a lo lejos, contemplo un grupo de gaviotas, armando un cierto escándalo, como ya es costumbre en ellas. Ahora veo surcar barcos de pasajeros y de carga reflejando una cierta gama de colores hacia los espejos del cielo, que no son por cierto de cristal aunque a veces nos lo parecen. Aparece una isla ante mi vista. Parece un esqueleto alargado, plano, solo con algunas montañas salpicando su cuerpo. Ah, es Fuerteventura, la mítica y primitiva Erbania. La sobrepaso rápidamente, aunque no me falten las ganas de bajarme. Paso el islote de Lobos, que no tiene lobos, puede que cuando tenga tiempo les explique tal contradicción.
Félix Martín Arencibia
Allá, a lo lejos, contemplo un grupo de gaviotas, armando un cierto escándalo, como ya es costumbre en ellas. Ahora veo surcar barcos de pasajeros y de carga reflejando una cierta gama de colores hacia los espejos del cielo, que no son por cierto de cristal aunque a veces nos lo parecen. Aparece una isla ante mi vista. Parece un esqueleto alargado, plano, solo con algunas montañas salpicando su cuerpo. Ah, es Fuerteventura, la mítica y primitiva Erbania. La sobrepaso rápidamente, aunque no me falten las ganas de bajarme. Paso el islote de Lobos, que no tiene lobos, puede que cuando tenga tiempo les explique tal contradicción.
Félix Martín Arencibia
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