ANDAMANA CAMBIÓ UNA MAÑANA (PRIMERA PARTE)
Hoy me he vuelto a caer en el super, precisamente a las doce que se encontraba abarrotado de marujas. Todas se han quedando contemplando como me caía. ¡Y cómo me miraban! ¡Se les notaba el regocijo! Pero bien que intentaban disimularla poniendo cara de:
─ ¡Pobrecita niña, siempre se está cayendo!
─ ¡Al carajo con todos ellas, hipócritas de mierda! ¡Ha sido horrible!
Mientras, seguía tirada boca arriba mirando sus sonrisitas compasivas. Impotente, sin poderme levantar. Al final se amontonaron cuatro a ayudarme a levantar. Sí, ahora con rostros de salvadoras de protección civil. Este pasaje que te cuento ha sido una constante en mi pequeña y triste historia personal como luego verás.
Mi vida se convirtió en una tragedia desde que a los dos años me atacó esa pérfida enfermedad que me produjo lo mío. Para mí la existencia ha estado llena de peligros. Las calles eran una selva llena de fieras amenazantes: postes en las aceras, baches, entradas de vehículos, el despistado que no mira por donde camina, la humedad, el sol, la lluvia, el humo del cigarro… Lo mío es algo complicado, no me permite llevar una vida normal como todo el mundo. Los hombres no me tienen en cuenta. Me ven más como un animal reproductor que como una persona. Por supuesto eso no me ha permitido soñar con una pareja estable. La única que me trataba con cierta comprensión era Yaiza la Jorobá, que compartía conmigo algunos de los desprecios de la gente que margina al distinto o lo trata como si no fuera una persona con dignidad.
Mi infancia fue más una historia un tanto trágica que la de una niña que merecía un poquito de felicidad. En los recreos vivía arrinconada en una esquina del patio, muchas veces sola con lo mío. Algunas, acompañada por la gordita de turno, Felicidad Delgado, que también a veces se escondía de los demás en el mismo rincón que yo. Unas ocasiones me hablaba. Otras, me ignoraba como si no existiera o me insultaba:
¡Hazte para allá, bicho raro!
A mí todo esto como puedes suponer me hundía la moral hasta el fondo más oscuro de la mar fea. Lo mío era peor que la gordura infinita de Felicidad. ¡Gracias a mamá a la que contaba mis tristezas y que me servía de paño de lágrimas! ¡Qué suerte he tenido con ella! Hemos llorado y sufrido abrazadas. Hemos compartido insomnios cuando los dolores me taladraban. No es un tópico eso de que no hay nada mejor que una madre.
Mi adolescencia como bien te puedes imaginar fue aún un poquito más dura. Me cambiaba el cuerpo, que yo percibía cada vez más horrible. Mis tetas crecían y crecían. Mi culo engordaba sin medida. Un bosque de pelos cubría algo más que mis partes más íntimas. Mientras, a mí me atraían cada más esos adolescentes machitos a los que les crecía el bello en la cara y les cambiaba la voz. ¡Cómo me excitaban! ¡Qué sueños más eróticos! Practicaba obligatoriamente la autonomía sexual. Tocaba con maestría los puntos más sensibles de mi cuerpo deformado. Esta costumbre se convirtió en mi más agradable consuelo y desahogo en los momentos más oscuros. Los muchachitos ya empezaban a mirarme extrañamente. A veces los sorprendía extasiados mirando mi culo rechoncho, al que yo detestaba, o mis abundantes pechos. No pasaban de ahí pues lo mío les impedía acercarse, ¡les daba asco!... Pertenecían a otro planeta al que yo no tenía acceso. Vivía desterrada en el pequeño asteroide de lo mío, rumiando mi soledad y mi dolor.
Hoy me he vuelto a caer en el super, precisamente a las doce que se encontraba abarrotado de marujas. Todas se han quedando contemplando como me caía. ¡Y cómo me miraban! ¡Se les notaba el regocijo! Pero bien que intentaban disimularla poniendo cara de:
─ ¡Pobrecita niña, siempre se está cayendo!
─ ¡Al carajo con todos ellas, hipócritas de mierda! ¡Ha sido horrible!
Mientras, seguía tirada boca arriba mirando sus sonrisitas compasivas. Impotente, sin poderme levantar. Al final se amontonaron cuatro a ayudarme a levantar. Sí, ahora con rostros de salvadoras de protección civil. Este pasaje que te cuento ha sido una constante en mi pequeña y triste historia personal como luego verás.
Mi vida se convirtió en una tragedia desde que a los dos años me atacó esa pérfida enfermedad que me produjo lo mío. Para mí la existencia ha estado llena de peligros. Las calles eran una selva llena de fieras amenazantes: postes en las aceras, baches, entradas de vehículos, el despistado que no mira por donde camina, la humedad, el sol, la lluvia, el humo del cigarro… Lo mío es algo complicado, no me permite llevar una vida normal como todo el mundo. Los hombres no me tienen en cuenta. Me ven más como un animal reproductor que como una persona. Por supuesto eso no me ha permitido soñar con una pareja estable. La única que me trataba con cierta comprensión era Yaiza la Jorobá, que compartía conmigo algunos de los desprecios de la gente que margina al distinto o lo trata como si no fuera una persona con dignidad.
Mi infancia fue más una historia un tanto trágica que la de una niña que merecía un poquito de felicidad. En los recreos vivía arrinconada en una esquina del patio, muchas veces sola con lo mío. Algunas, acompañada por la gordita de turno, Felicidad Delgado, que también a veces se escondía de los demás en el mismo rincón que yo. Unas ocasiones me hablaba. Otras, me ignoraba como si no existiera o me insultaba:
¡Hazte para allá, bicho raro!
A mí todo esto como puedes suponer me hundía la moral hasta el fondo más oscuro de la mar fea. Lo mío era peor que la gordura infinita de Felicidad. ¡Gracias a mamá a la que contaba mis tristezas y que me servía de paño de lágrimas! ¡Qué suerte he tenido con ella! Hemos llorado y sufrido abrazadas. Hemos compartido insomnios cuando los dolores me taladraban. No es un tópico eso de que no hay nada mejor que una madre.
Mi adolescencia como bien te puedes imaginar fue aún un poquito más dura. Me cambiaba el cuerpo, que yo percibía cada vez más horrible. Mis tetas crecían y crecían. Mi culo engordaba sin medida. Un bosque de pelos cubría algo más que mis partes más íntimas. Mientras, a mí me atraían cada más esos adolescentes machitos a los que les crecía el bello en la cara y les cambiaba la voz. ¡Cómo me excitaban! ¡Qué sueños más eróticos! Practicaba obligatoriamente la autonomía sexual. Tocaba con maestría los puntos más sensibles de mi cuerpo deformado. Esta costumbre se convirtió en mi más agradable consuelo y desahogo en los momentos más oscuros. Los muchachitos ya empezaban a mirarme extrañamente. A veces los sorprendía extasiados mirando mi culo rechoncho, al que yo detestaba, o mis abundantes pechos. No pasaban de ahí pues lo mío les impedía acercarse, ¡les daba asco!... Pertenecían a otro planeta al que yo no tenía acceso. Vivía desterrada en el pequeño asteroide de lo mío, rumiando mi soledad y mi dolor.
Así continuó mi juventud hasta los veinte años. Una mañana fea y arisca, mojada por una fina lluvia del mes de abril, sin saber bien por qué, decidí no quedarme a vivir para siempre en el cometa de la autocompasión y la impotencia. Resolví, ayudada por mi madre, salir al encuentro de la solución de lo mío. Peregrinamos por la consulta de muchos médicos. Pruebas, exploraciones… “Lo suyo no tiene solución”. “Aquí no podemos hacer nada para curarla”. Mi moral por momentos, como comprenderás, se resquebrajaba como cuando a una planta le falta el agua y se le doblan las hojas hacia abajo. Con la humedad de la noche y el nacimiento de Magec alumbrando un nuevo día cargaba otra vez las pilas. Cogíamos el bolso y la carpeta de las pruebas y a seguir. En mi desesperación llegué a visitar a sanadores, videntes, curanderos, brujas, echadores de carta… Pronto me dejaron sin un céntimo y tuve que olvidarme de ellos, pues lo más que me ofrecían eran buenas palabras y sobre todo nuevas decepciones.
Sin apenas darme cuenta había dejado atrás las lamentaciones y las autoflagelaciones convirtiéndome en una incansable luchadora. Entre tantos “no podemos hacer nada por lo suyo”, me encontré con un vecino cubano que me dijo:
─ ¡Mira, chica, allá en Cuba está muy avanzada la sanidad y seguro que hay remedio para lo tuyo! ¡He visto curarse casos peores!
Me lo tomé a bromas.
II PARTE
─ ¡Boberías, exageraciones de los cubanos! –me decía.
No obstante intenté informarme mejor a través de unos familiares que vivían en la perla de las Antillas. Al fin y al cabo no tenía nada que perder. Entre vivir hundido en la podredumbre llorando mi impotencia e intentarlo, lo tenía claro. Me enviaron buenas noticias. Allí un grupo de médico había investigado y tratado con éxito lo mío. No me lo creía. ¡Tan escarmentaba estaba! No obstante me propuse con mi santa madre, que era más que mi sombra protectora, llegar hasta el final.
Me dijeron que los médicos no me iban a cobrar nada por el tratamiento y las intervenciones quirúrgicas, que eran muchas las que necesitaba. Sin embargo, tenía que contar por lo menos con 6.000 euros para el viaje y otros gastos. Era huérfana de padre, mi madre limpiaba en casas y apenas teníamos para ir viviendo. Tampoco yo podía contribuir, pues me era imposible trabajar a consecuencia de lo mío. Me madre habló con un tío mío que andaba relacionado con la directiva del equipo de fútbol de tercera división del pueblo. Consiguió que se celebrase un partido para conseguir dinero para mis gastos en Cuba. No creía que se fuera a obtener dicha cantidad, pues la gente del barrio era más bien pobre.
─ ¡Tú tío me ha dicho que han recaudado cinco mil euros! –me dijo madre llorando de alegría.
Luego fue aún mayor mi estupor cuando Pinito Tacañosa me vino con los mil euros que faltaban. Ella, que tenía fama de avara, me regalaba aquella cantidad que me hizo llenar de besos a la pobrecita vieja:
─ ¡Ay qué buena y linda es!
─ ¡Mi jija, tú lo necesitas! ¡Yo, ya me voy a morir pronto!
─ ¡No diga eso Pinito! ¡Usted se merece el cielo!
Se le saltaron las lágrimas a la pobre. Demostró que era la única persona, sin ser mi madre, que me quería de verdad. Siempre que me veía me dibujaba una sonrisa que acariciaba mi corazón apaleado.
No obstante intenté informarme mejor a través de unos familiares que vivían en la perla de las Antillas. Al fin y al cabo no tenía nada que perder. Entre vivir hundido en la podredumbre llorando mi impotencia e intentarlo, lo tenía claro. Me enviaron buenas noticias. Allí un grupo de médico había investigado y tratado con éxito lo mío. No me lo creía. ¡Tan escarmentaba estaba! No obstante me propuse con mi santa madre, que era más que mi sombra protectora, llegar hasta el final.
Me dijeron que los médicos no me iban a cobrar nada por el tratamiento y las intervenciones quirúrgicas, que eran muchas las que necesitaba. Sin embargo, tenía que contar por lo menos con 6.000 euros para el viaje y otros gastos. Era huérfana de padre, mi madre limpiaba en casas y apenas teníamos para ir viviendo. Tampoco yo podía contribuir, pues me era imposible trabajar a consecuencia de lo mío. Me madre habló con un tío mío que andaba relacionado con la directiva del equipo de fútbol de tercera división del pueblo. Consiguió que se celebrase un partido para conseguir dinero para mis gastos en Cuba. No creía que se fuera a obtener dicha cantidad, pues la gente del barrio era más bien pobre.
─ ¡Tú tío me ha dicho que han recaudado cinco mil euros! –me dijo madre llorando de alegría.
Luego fue aún mayor mi estupor cuando Pinito Tacañosa me vino con los mil euros que faltaban. Ella, que tenía fama de avara, me regalaba aquella cantidad que me hizo llenar de besos a la pobrecita vieja:
─ ¡Ay qué buena y linda es!
─ ¡Mi jija, tú lo necesitas! ¡Yo, ya me voy a morir pronto!
─ ¡No diga eso Pinito! ¡Usted se merece el cielo!
Se le saltaron las lágrimas a la pobre. Demostró que era la única persona, sin ser mi madre, que me quería de verdad. Siempre que me veía me dibujaba una sonrisa que acariciaba mi corazón apaleado.
Pasaron así muchos años hasta que cumplió los cuarenta en que extrañamente empezó adelgazar de una manera lenta pero inexorable. Su cuerpo enfermo se iba consumiendo poco a poco. Llegó a quedarse con apenas los huesos y la piel. Terminó convertida casi en un niño, acostada sin fuerzas y ovillada como un feto. Pocas esperanzas tenía su familia que se recuperara. Un día Isidoro, un antiguo novio comenzó a visitarla. Día a día fue testigo como una pequeña luz asomaba a sus ojos. Él se limitaba a acariciarla con la mirada de sus ojos claros. Ella a veces se le quedaba observando como atontada con sus inmensos ojos negros. Comenzó a moverse en la cama. Isidoro se atrevió por fin a acariciarle su larga melena entrecana. Ello la animó a irse incorporando, pero sin decir todavía una palabra. Al poco tiempo se le escapó la frase: ¡Isidoro mío!
Fue aumentando lentamente de peso. A su vez su carácter iba cambiando. El cariño por sus hermanos y sus padres iba en aumento, se asomaba a sus ojos que cada vez parecían más grandes. Isidoro terminó por declararle su amor secreto. A su vez el cariño por su familia siguió creciendo mientras su peso se iba normalizando. Como paloma salvadora, se posó sobre ella su añorado y reprimido amor secreto: Isidoro Gualupe Paciente.¡Fue el cariño de ese hombre tan dulce y tan pacífico el que la salvó definitivamente de la condena impuesta por el tío Feliciano Malaidea!
Con la curación de Eduvigis Resurrección volvió la felicidad a la familia. Ya con más de sesenta años se les veía a Constanza Doramas Adorada y a Sinforiano Sacrificio Berrasales cogidos de la mano y a veces incluso besándose en medio de la espesura del cercado de millo. Mientras iban recogiendo las piñas, que pronto deshojarían en una reunión de vecinos con su posterior baile. Allí los pretendientes se tirarían piñitas para llamar la atención del otro o la otra. Eduvigis Resurrección se había ido a vivir muy lejos con el amor de su vida, no quería volver a resucitar su desastroso pasado.
Fue aumentando lentamente de peso. A su vez su carácter iba cambiando. El cariño por sus hermanos y sus padres iba en aumento, se asomaba a sus ojos que cada vez parecían más grandes. Isidoro terminó por declararle su amor secreto. A su vez el cariño por su familia siguió creciendo mientras su peso se iba normalizando. Como paloma salvadora, se posó sobre ella su añorado y reprimido amor secreto: Isidoro Gualupe Paciente.¡Fue el cariño de ese hombre tan dulce y tan pacífico el que la salvó definitivamente de la condena impuesta por el tío Feliciano Malaidea!
Con la curación de Eduvigis Resurrección volvió la felicidad a la familia. Ya con más de sesenta años se les veía a Constanza Doramas Adorada y a Sinforiano Sacrificio Berrasales cogidos de la mano y a veces incluso besándose en medio de la espesura del cercado de millo. Mientras iban recogiendo las piñas, que pronto deshojarían en una reunión de vecinos con su posterior baile. Allí los pretendientes se tirarían piñitas para llamar la atención del otro o la otra. Eduvigis Resurrección se había ido a vivir muy lejos con el amor de su vida, no quería volver a resucitar su desastroso pasado.
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