EL VIEJITO DEL PERIÓDICO
Adolfito llega al Bar la Cuevita. Busca con ansiedad su periódico favorito. No lo encuentra. Vuelve a mirar. ¡Ah, aquel del rincón lo tiene!
– ¡Por favor, joven!, ¿le importaría cedérmelo cuando lo lea?
– ¡De acuerdo!
Pasó un rato corto, que a Adolfito, en su desespero, le pareció una eternidad.
– Tome.
– ¡Gracias! –contestó con aliviado el anciano.
Adolfito Déniz tenía alrededor de ochenta años, siempre iba muy erguido y destacando su prominente barriga. En su cara aparecía su tono colorado. Algunas malas lenguas decían que era de tanto ron que bebía. ¡Allá él con su vida! Su pelo era blanco, rizado y abundante. Llamaba también la atención su nariz, parecía una especie de albóndiga con verrugas.
Leyó el periódico con fruición, con un regusto y un placer poco común. Lo saborea de la primera a la última letra, sin que se le quede ninguna atrás. Lo va leyendo a ritmo de trago del vaso de ron que hace de único acompañante. Se cree al pie de la letra todo lo que dice el diario. Lo vive todo con mucha intensidad y lo refleja en su rostro: guerras, deportes, sucesos... A veces se le cae alguna lágrima por no se sabe que sucesos. Para él no existe otro mundo que el que aparece en el papel.
Cuando después de un largo rato termina de leer su periódico favorito apura el último trago. Luego regresa lentamente a su casa, con su cabeza mirando al cielo. Vive solo en una casa de tejado del casco antiguo. No tiene hijos y su mujer hace casi veinte años que le dejó viudo. A partir de la muerte de Esperancita Rodríguez no volvió a relacionarse con nadie más. Sólo se comunicaba con el mundo a través de su rotativo.
Así era de monótona la vida de Adolfito Déniz. El Ir y venir al Bar la Cuevita para leer su diario. De dicha manera lo había hecho desde que le dejó solo Esperancita. Continuó haciéndolo hasta que un día como otro cualquiera llegó a la cantina para leer su diario. Comenzó su lectura y cuando llegó a la página de las necrológicas encontró impresa su propia esquela. Se levantó ceremoniosamente y salió con el periódico bajo el brazo sin que casi nadie se diera cuenta. Anduvo los pocos más de cien metros que había hasta su casa. Abrió su puerta, pero esta vez no la cerró con llave como hacía normalmente.
A los tres días, Pepito, el dueño del Bar la Cuevita, viendo que no venía y sabiendo que residía solo, fue a su casa. Lo encontró acostadito en la cama con el periódico en sus manos y abierto por la página de las esquelas. No respiraba, pero tenía los ojos extrañamente abiertos, como si estuviera leyendo. Indudablemente había fallecido. ¡Se había creído su propia muerte! Pepito había querido gastarle una broma poniéndole su esquela. No esperaba que le afectase tanto. Sintió pena por aquel pobre viejito, aunque él parecía tener impresionada en su cara una leve sonrisa de satisfacción. Le cerró con delicadeza los ojos para que descansara tranquilito en el más allá.
Adolfito llega al Bar la Cuevita. Busca con ansiedad su periódico favorito. No lo encuentra. Vuelve a mirar. ¡Ah, aquel del rincón lo tiene!
– ¡Por favor, joven!, ¿le importaría cedérmelo cuando lo lea?
– ¡De acuerdo!
Pasó un rato corto, que a Adolfito, en su desespero, le pareció una eternidad.
– Tome.
– ¡Gracias! –contestó con aliviado el anciano.
Adolfito Déniz tenía alrededor de ochenta años, siempre iba muy erguido y destacando su prominente barriga. En su cara aparecía su tono colorado. Algunas malas lenguas decían que era de tanto ron que bebía. ¡Allá él con su vida! Su pelo era blanco, rizado y abundante. Llamaba también la atención su nariz, parecía una especie de albóndiga con verrugas.
Leyó el periódico con fruición, con un regusto y un placer poco común. Lo saborea de la primera a la última letra, sin que se le quede ninguna atrás. Lo va leyendo a ritmo de trago del vaso de ron que hace de único acompañante. Se cree al pie de la letra todo lo que dice el diario. Lo vive todo con mucha intensidad y lo refleja en su rostro: guerras, deportes, sucesos... A veces se le cae alguna lágrima por no se sabe que sucesos. Para él no existe otro mundo que el que aparece en el papel.
Cuando después de un largo rato termina de leer su periódico favorito apura el último trago. Luego regresa lentamente a su casa, con su cabeza mirando al cielo. Vive solo en una casa de tejado del casco antiguo. No tiene hijos y su mujer hace casi veinte años que le dejó viudo. A partir de la muerte de Esperancita Rodríguez no volvió a relacionarse con nadie más. Sólo se comunicaba con el mundo a través de su rotativo.
Así era de monótona la vida de Adolfito Déniz. El Ir y venir al Bar la Cuevita para leer su diario. De dicha manera lo había hecho desde que le dejó solo Esperancita. Continuó haciéndolo hasta que un día como otro cualquiera llegó a la cantina para leer su diario. Comenzó su lectura y cuando llegó a la página de las necrológicas encontró impresa su propia esquela. Se levantó ceremoniosamente y salió con el periódico bajo el brazo sin que casi nadie se diera cuenta. Anduvo los pocos más de cien metros que había hasta su casa. Abrió su puerta, pero esta vez no la cerró con llave como hacía normalmente.
A los tres días, Pepito, el dueño del Bar la Cuevita, viendo que no venía y sabiendo que residía solo, fue a su casa. Lo encontró acostadito en la cama con el periódico en sus manos y abierto por la página de las esquelas. No respiraba, pero tenía los ojos extrañamente abiertos, como si estuviera leyendo. Indudablemente había fallecido. ¡Se había creído su propia muerte! Pepito había querido gastarle una broma poniéndole su esquela. No esperaba que le afectase tanto. Sintió pena por aquel pobre viejito, aunque él parecía tener impresionada en su cara una leve sonrisa de satisfacción. Le cerró con delicadeza los ojos para que descansara tranquilito en el más allá.
El abandono es una forma de maltrato que se lleva sigilosamente las ganas de vivir de cualquier ser humano. Cuando hay afectos y ganas, muchos problemas encuentran soluciones.
ResponderEliminarLa sociedad también es expulsiva de los ancianos; como su valor de mercado y de mano de obra es escasa o nula, se tornan descartables. Los planes sociales no contemplan su realidad, las más de las veces precaria en salud y fuerzas. Los aportes de toda una vida de trabajo son apenas suficientes para adquirir medicamentos y es ahí donde muchos se hacen dependientes de sus hijos o nietos, con todas las posibilidades de ser maltratados o abusados. Las calles también están llenas de peligros y obstáculos para quienes se desplazan, por sus años, con dificultades motoras.
lol,so nice
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